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CUENTOS CLÁSICOS: CAPERUCITA ROJA, de los hermanos Grimm

Estrenamos cuento infantil de los clásicos con Caperucita Roja, original de los hermanos Grimm, autores de muchísimos cuentos míticos que nos llevan directamente a nuestra infancia.

De hecho, me atrevería a decir que la inmensa mayoría de los cuentos clásicos que conocemos fueron escritos por ellos: Blancanieves, Hansel y Gretel, La Cenicienta, Los 7 enanitos, Verdezuela...

¡A leer!

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© Clare Shrouder

Érase una vez una niña dulce y cariñosa a la que todos querían mucho, especialmente su abuelita, a la que todo le parecía poco cuando se trataba de obsequiarla.

Un día la abuelita le regaló a la niña una caperucita de terciopelo rojo, y como le sentaba tan bien y le gustaba tanto llevarla, todo el mundo empezó a llamarla «Caperucita Roja».

Un día, su madre le dijo:
—Mira Caperucita: ahí tienes un trozo de pastel y una botella de leche, llévaselo a la abuelita, que está enferma y delicada. Ponte en camino antes de que apriete el calor, y no te apartes del camino, no vayas a caerte y a romper la botella y entonces la abuelita se quedaría sin leche. Y cuando entres en su cuarto no te olvides de decirle «Buenos días», y no te entretengas en curiosear por los rincones. 
—Así lo haré —contestó Caperucita.

Pero la abuelita vivía lejos, en mitad del bosque, y al poco de tomar el camino Caperucita se encontró con el lobo. Sin embargo, no se asustó al verlo, porque no lo conocía y no sabía lo malo que era.
—¡Buenos días, Caperucita!
—¡Buenos días, lobo!
—¿Adónde vas tan temprano, Caperucita?
—A casa de mi abuelita.
—¿Y qué llevas en la cestita?
—Le llevo a mi abuelita pastel y leche, porque está enferma y delicada.
—¿Dónde vive tu abuelita?
—Bosque adentro. Su casa está junto a tres grandes robles, más arriba del seto de avellanos. Seguro que la conoces —explicó Caperucita.

El lobo pensó: «Esta niña está gordita, es tierna y será un bocado muy rico, mejor que la abuela. Tendré que ingeniármelas para hacerme con las dos». 
Y, después de continuar un rato al lado de la niña, le dijo:
—Caperucita, fíjate en las flores que hay por aquí, ¿no te paras a mirarlas? ¿y tampoco oyes cómo cantan los pajarillos? Vas seria y concentrada, como si fueses a la escuela, con lo divertido que es pasear por el bosque.
Caperucita Roja alzó la mirada y, al ver bailotear los rayos del sol entre los árboles y todo el suelo cubierto de bellísimas flores, pensó: «Si le llevo a la abuelita un ramo bonito, le daré una alegría. Es muy temprano todavía, tendré tiempo de llegar a la hora».
Así que se apartó del camino y se puso a coger flores. Y en cuanto cortaba una, ya le parecía que un poco más lejos asomaba otra más bonita y, de esta manera se alejaba cada vez más, corriendo de un lado a otro.

Mientras tanto, el lobo se encaminó directamente a casa de la abuelita y, al llegar, llamó a la puerta.
—¿Quién es?
—Soy Caperucita Roja, te traigo pastel y leche. ¡Abre!
—¡Descorre el cerrojo! —gritó la abuelita— Estoy muy débil y no puedo levantarme.  
El lobo descorrió el cerrojo, abrió la puerta y sin pronunciar una palabra, se acercó a la cama de la abuela y la devoró de un bocado. Luego se puso su ropa, se tocó con su cofia, se metió entre las sábanas y corrió las cortinas. 
Entretanto Caperucita, que no había parado de coger flores y ya tenía un gran ramo, se acordó de su abuelita y reemprendió el camino hacia su casa con rapidez. Le extrañó ver la puerta abierta, al entrar en la habitación tuvo una sensación rara, y pensó: «¡Qué angustia! Con lo bien que me encuentro siempre en casa de mi abuelita».
Gritó:
—¡Buenos días!
Pero no obtuvo respuesta. Se acercó a la cama, descorrió las cortinas y vio a la abuela, hundida la cofia de modo que le tapaba casi toda la cara y con un aspecto muy extraño.
—¡Ay, abuelita! ¡Qué orejas más grandes tienes!
—Son para oírte mejor.
—¡Ay, abuelita, pero qué manos tan grandes tienes!
—Son para cogerte mejor.
—¡Pero, abuelita! ¡Qué boca más grande tienes!
—¡Es para comerte mejor! 
Y diciendo esto, el lobo saltó de la cama y se zampó a la pobre Caperucita Roja. Como había quedado harto, se metió nuevamente en la cama y se quedó dormido roncando ruidosamente.
Casualmente pasaba por allí un cazador que, al oir los ronquidos que venían de la casa, pensó: «¡Caramba, cómo ronca la anciana! Voy a entrar, no sea que le haya ocurrido algo!». Entró y, al acercarse a la cama, vio al lobo que dormía en ella.
—¡Ajá! ¡Por fin te encuentro, viejo bribón! —exclamó—. ¡Llevaba mucho tiempo buscándote! 
Se dispuso a darle caza, cuando se le ocurrió que tal vez habría devorado a la abuelita y que quizás estuviese aún a tiempo de salvarla.

Así que dejó su escopeta y se puso a abrir la barriga de la fiera dormida. Enseguida vio la caperucita roja, y poco después saltó fuera la niña exclamando:
—¡Ay, qué susto he pasado! ¡Y qué oscuridad en el vientre del lobo!¡Tenemos que sacar a la abuelita!
Y así lo hicieron, salvando también a la anciana, aunque casi ahogada. 
Caperucita Roja corrió a buscar gruesas piedras, y con ellas llenaron la barriga del lobo. Éste, al despertarse, trató de escapar, pero las piedras pesaban tanto que cayó al suelo muerto. 
Así que el cazador despellejó al lobo y se marchó con la piel; la abuelita se comió el pastel, se bebió la leche y se sintió muy restablecida. 
Y entretanto, la niña pensaba: «Nunca más, me apartaré del camino desobedeciendo a mi madre».

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